MusicPlaylistView Profile
Create a playlist at MixPod.com

viernes, 7 de febrero de 2014

Ojo por ojo

Ojo por ojo Ficha Título original Eye for an Eye Año 1995 Duración 101 min. País Estados Unidos Estados Unidos Director John Schlesinger Guión Amanda Silver, Rick Jaffa Música James Newton Howard Fotografía Amir Mokri Reparto Sally Field, Ed Harris, Kiefer Sutherland, Olivia Burnette, Joe Mantegna, Beverly D'Angelo, Alexandra Kyle, Charlayne Woodard, Philip Baker Hall Productora Paramount Pictures Género Drama. Thriller | Crimen Sinopsis La apacible existencia de Karen McCann se ve totalmente destruida cuando, inesperadamente, un desconocido irrumpe en su casa y asesina a su hija de 17 años. Pero el dolor se convierte en odio y falta de fe en la justicia al ver cómo el criminal es puesto en libertad por falta de pruebas. Cuando comete otro asesinato y vuelve a quedar en libertad, entonces Karen decide tomarse la justicia por su mano. (FILMAFFINITY) Críticas "El buen oficio de Schlesinger hace que la identificación con la actitud de la mujer sea lo único posible, y el mensaje queda claro: se puede burlar a la justicia usando la inteligencia" María Casanova: Cinemanía Fuente: http://www.filmaffinity.com/es/film611424.html _____________________________ Críticas: THE CROW LAS PALMAS (España) Buena La violencia genera violencia 20 de Diciembre de 2007 10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil. Magnífica película en todos los sentidos, un grupo de actores correctísimos en sus diferentes papeles, la siempre magnífica Sally Field en la vertiente dramática, un Kiefer Sutherland haciendo de cabroncete...se le da genial y un siempre cumplidor Ed Harris, como padrastro. Se narra la historia de una familia americana, una entre tantas...en la cual un miembro de su familia se encontraba por pura casualidad, en el día y la hora más desafortunada de su vida, a partir de ese acontecimiento trágico se suceden una serie de ir y venir alrededor de los protagonistas. Vemos el deterioro no sólo físico en los miembros de esta familia, sino también lo que es mucho peor...el mental. John Schlesinger tiene la gran virtud para hacernos poner en la piel de la protagonista desde los primeros planos del film, con escenas que te crean una tensión increíble, ( en el atasco de tráfico ). Vemos un proceso de la historia que podría ser un hecho real, la inoperancía de la policía, como actúa fríamente la justicia, las distintas formas de la protagonista para mantener su mente ocupada y confiar en la justicia. Pero de repente ocurre un hecho igualmente violento, que se había advertido de antemano...y ella da una vuelta a la historia, pasando de espectadora a participante, y no sigo porque os quitaría la curiosidad de ver esta magnífica cinta. Os la recomiendo sin lugar a dudas. _________________________ Facundo Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Argentina) Excelente La mejor Sally Field 12 de Febrero de 2013 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil. Me gusta mucho esta película, es excelente, lo mejor que tiene es la actuación de Sally Field, a pesar de que aquí también interpreta a una madre coraje, rol que le sale perfecto y que ha repetido en varias ocasiones (Brothers & Sisters, No me iré sin mi hija,En un lugar del corazón) aquí le da una vuelta de tuerca muy interesante, dispuesta a todo por hacer pagar al canalla que abusó y asesinó a su hija. La química con Ed Harris es excelente, de verdad parece un matrimonio de la vida real. No le baja la puntuación pero le pongo un pero: En una de las primeras escenas (cuando Field se está maquillando para irse a trabajar) por un espejo circular del baño se visualiza una inmensa cámara, no entiendo como se les pudo haber ido semejante detalle. Fuente: http://www.filmaffinity.com/es/reviews/1/611424.html

jueves, 6 de febrero de 2014

Mona Lisa

Mona Lisa Ficha Título original Mona Lisa Año 1986 Duración 100 min. País Reino Unido Reino Unido Director Neil Jordan Guión Neil Jordan & David Leland Música Michael Kamen Fotografía Roger Pratt Reparto Bob Hoskins, Michael Caine, Cathy Tyson, Robbie Coltrane, Zoe Nathenson, Clarke Tyson, Kate Hardie Productora Handmade Films Género Thriller. Cine negro | Prostitución. Mafia. Neo-noir Sinopsis George, además de ser el chófer de Simone, una elegante prostituta negra cuyos clientes son hombres de negocios y árabes millonarios, está locamente enamorado de ella, Por eso, acepta el encargo de buscar a una vieja amiga de Simone que se ha metido en un lío, aunque tenga que enfrentarse a un chulo mafioso y a un obseso rey del porno. Pero pronto descubrirá algo que podría destruir su propia vida. (FILMAFFINITY) Premios 1986: Nominada al Oscar: Mejor actor (Bob Hoskins) 1986: Bafta: Mejor actor (Hoskins). 6 nominaciones 1986: Festival de Seminci: Espiga de Oro: Mejor película 1986: Festival de Cannes: Mejor actor (Bob Hoskins). Nominada a la Palma de Oro 1986: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor actor (Bob Hoskins) Críticas "Historia tan simple como efectiva. Hoskins enamora" Luis Martínez: Diario El País Críticas: Miquel Palma (Mallorca) (España) Buena La redención de George 13 de Julio de 2005 17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil. La película toma el título del cuadro de Leonardo da Vinci, porque para el protagonista George, la prostituta a la que sirve como chófer es hermosa, enigmática, intocable e inalcalzable. La relación entre George y Simone se desarrolla en un doble plano: por un lado George se va enamorando de Simone, mientras ésta le utiliza para la obtención de sus fines. La película ofrece una descripción detallada y bien matizada de la personalidad de George, un expresidiario recién salido de la cárcel, rechazado por su mujer, buena persona, honesto a carta cabal, que encuentra un trabajo de chófer de la mano de un antiguo colega, por cuenta del que ha pagado una pena de prisión que no le correspondía. La ingenuidad de George y la fascinación que siente por Simone le llevan a recorrer la ciudad en busca de Kate, una joven compañera de Simone, perdida en el submundo londinense. George realiza su cometido con limpieza, con dignidad y sin prestar atención a las fáciles y atractivas oportunidades que el mundo de la delincuencia le ofrece. Tras jugarse la vida para satisfacer los deseos de su Mona Lisa, llega la sorpresa de una verdad inesperada, que le hará tomar una decisión coherente y liberadora. La canción "Mona Lisa", dedicada a la figura seductora y enigmática de la protagonista del cuadro, acompaña el inicio de la obra a modo de apunte explicativo para el espectador. La excelente interpretación de Bob Hoskins en el papel principal le valió una nominación al Oscar al mejor actor. ANTOINE PALENCIA (España) Buena Un náufrago perdido en el mar. 15 de Diciembre de 2005 6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil. Eso es lo que parece el bueno de George (Bob Hoskins) desde que una prostituta negra, alta y enigmática (tal vez por esta última cualidad le venga el título a la película, además de por la canción homónima que se deja oir) le contrata como taxista, acompañante y protector, porque eso le obliga a trabajar sobre la cuerda floja por enfrentarse a algunos miserables macarras (entre ellos, un tal Mortwell, encarado por un Michael Caine que zurce aquí un papel antipático y poco relevante). Lo mejor de todo, la magistral interpretación de Bob Hoskins, que demuestra que no hay que ser un tipo atlético ni atractivo para encarar un difícil papel de protagonista masculino. Bien asimismo Cathy Tyson como mujer araña, que atrae a los hombres como moscas. La historia no tiene excesiva altura, pero resulta interesante y se comprende no solo la nominación de Hoskins para el Oscar, sino también los varios premios internacionales que alcanzó la película. ANTOINE ¿Le ha resultado interesante y/o útil esta crítica?: SI NO (información) [Ver vista para enlazar] FATHER CAPRIO Almeria (España) Notable EL VERDADERO VALOR: LA CREDIBILIDAD. 26 de Enero de 2007 Cuando tipos como Bo Hoskins monopolizan con su actuación magistral nuestro interés y cuando no es necesario ser un guaperas tipo Di Caprio, Brad Pitt ó George Clooney para ser el "galán" ó actor principal de una película, es cuando siento que me reencuentro con el cine. Y de alguna manera eso es lo que sucede en Mona Lisa, con un don nadie al que una serie de contrarias circunstancias convierten en maleante, detective y proxeneta. Pero ¿Como puede ser eso? nos preguntamos, si rezuma honradez y bondad por los cuatro costados. Nos identificamos con él hasta el punto de sentirnos estafados cuando a él le estafan, de sentirnos heridos cuando a él le hieren, de sentir que nos hubiesemos enamorado en sus mismas circunstancias. Él, es un poco nosotros mismos, con las circunstancias en contra. La película tiene muchos detalles reseñables: "¿Papá porqué te fuiste?... "Porque no era un hombre bueno" " ¿Y ahora, eres bueno...?"... Ó cuando, empezando a enamorarse, retoca el maquillaje de la prostituta, antes de su "actuación" "Tienes que estar guapa"... Nos identificamos con él y por eso nos duele lo que le pasa. Y eso lo consigue Neil Jordan con su trabajo de dirección, pero sobre todo Bo Hoskins con su genial actuación. Tal vez la película hubiese resultado igualmente genial con Sean Conery en el papel de George como en un principio estaba previsto, pero en mi modesta opinión, Bo Hoskins nos "hermana" de alguna manera con el personaje, lo hace verosimil, creible. Y para mi, este es el verdadero valor de esta obra. La credibilidad. Talía666 Córdoba (España) Pasable La buenorra, el feo y el malo 19 de Abril de 2013 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil. LA BUENORRA. En este caso una puta de lujo. A mí las historias de putas me molan mazo. Son todas tan buenas personas (casi imposible encontrar en el cine o en la literatura a una meretriz con malos sentimientos, haced la prueba), tan desgraciadas, tan entrañables! Debe de ser el único oficio del mundo en el que prácticamente no existe la maldad, si exceptuamos a los proxenetas, que ésos sí son todos malos malísimos. En fin, esta puta de Neil Jordan es una negra estupenda, por supuesto con un corazón de oro, de la que no puede evitar enamorarse locamente el protagonista indiscutible de la cinta, que en este caso es “El feo”. EL FEO. Nuestro feo es el pringao de toda la vida, ése que ahora se conoce (un gran hallazgo, por cierto) como “Pagafantas”. Este feo además es bueno; es un cacho pan, un osito de peluche, vamos, un pringao de manual. A pesar de que el tío acaba de salir de la cárcel tras una carrera gangsteril que se adivina intensa y fructífera, cae redondo ante una buena caída de pestañas y una sonrisa triste de la buenorra. Bob Hoskins pone cara a nuestro feo y lo convierte en un ser adorable, desprendido, ingenuo, capaz de matar y morir por su particular Mona Lisa. EL MALO. Por supuesto, como en toda peli de putas, no podía faltar el malo, que en este caso no es el chulo sino el gangster que maneja el negocio a gran escala. Michael Caine da vida con su habitual buen hacer a este personaje malvado y sin escrúpulos que es el contrapunto perfecto a la bondad del pobre ex convicto enamorado. Al final, como en casi todas estas historias, la cosa se reduce a si ganan los buenos o ganan los malos, o no gana ninguno de los dos, que también podría ser. Con los datos que he dado, adivináis cómo acaba? Talía666 Fuente: http://www.filmaffinity.com/es/reviews/1/370016.html

domingo, 19 de enero de 2014

Nadie vive para siempre -

Nadie vive para siempre Ficha Título original Nobody Lives Forever Año 1946 Duración 100 min. País Estados Unidos Estados Unidos Director Jean Negulesco Guión W.R. Burnett Música Adolph Deutsch Fotografía Arthur Edeson (B&W) Reparto John Garfield, Geraldine Fitzgerald, Walter Brennan, Faye Emerson, George Coulouris, George Tobias, Robert Shayne, Richard Gaines, Richard Erdman, James Flavin, Ralph Peters Productora Warner Bros. Pictures Género Cine negro. Drama | Crimen Sinopsis Un estafador se enamora de una rica viuda a la que pretendía desplumar. Crìticas: Piter Paul Gijón (España) Notable Jean Negulesco y John Garfield una combinación perfecta. 12 de Julio de 2013 El director Jean Negulesco dirige a la perfección este film noir. Los contrastes de luces y sombras (claro / oscuros ) a lo largo de la película, y especialmente, en los planos exteriores están perfectamente conseguidos. El final de la película se desarrolla en un muelle y al contraste de claros/oscuros hay que sumar la niebla lo que produce aún mas desasosiego. Respecto al argumento, John Garfield es un estafador que se mete en un plan, preparado por otro estafador ido a menos, para engañar a una joven viuda rica y estafarla su dinero. Lo que no contaba Garfield es que se iba a complicar todo. Su antigua novia, el asesor de la rica heredera, algunos de sus compinches, todo parece enredarse a medida que avanza la película y él se da cuenta que más vale retirarse a tiempo. El final tendrán que verlo ustedes. Imprescindible para los amantes del cine negro y un rato agradable para el resto. Fuente: http://www.filmaffinity.com/es/film313091.html

jueves, 16 de enero de 2014

Dian Fossey

Dian Fossey Nacimiento 16 de enero de 1932 Flag of the United States.svg Estados Unidos, San Francisco Fallecimiento 26 de diciembre de 1985, 53 años Flag of Rwanda.svg Ruanda, Ruhengeri Nacionalidad estadounidense Alma máter Darwin College Ocupación Zoóloga, Conservacionista, Etóloga Dian Fossey (San Francisco, Estados Unidos, 16 de enero de 1932 - Ruhengeri, Ruanda, 26 de diciembre de 1985) (53 años) fue una zoóloga estadounidense reconocida por su labor científica y conservacionista con los gorilas (Gorilla beringei beringei) de las montañas Virunga (en Ruanda y el Congo). Biografía Nació en San Francisco en 1932, y se graduó en Terapia Ocupacional en el San Jose State College en 1954 pasando varios años trabajando en un hospital de Kentucky. Motivada por el trabajo de George Schaller, destacado zoólogo estadounidense que se dedicó al estudio de los gorilas, Fossey viajó a África en 1963. Allí observó y estudió a los gorilas de las montañas en su hábitat natural y conoció al arqueólogo británico Louis Leakey, de quien aprendió la importancia del estudio de los grandes simios para comprender la evolución humana. En 1966 logró el apoyo de la National Geographic Society y la Fundación Wilkie para trabajar en Zaire, pero pronto la complicada situación política del país la forzaría a trasladarse a Ruanda para continuar sus investigaciones. Su paciencia y su meticulosa observación de los gorilas le permitieron comprender e imitar su comportamiento, ganando paulatinamente la aceptación de varios grupos. Aprendió a reconocer las características únicas de cada individuo, llegando a tener con ellos una relación de confianza y afecto. Karisoke, su lugar de estudio, se convirtió en centro internacional de investigación sobre los gorilas cuando ella fundó el Centro de Investigación de Karisoke en 1967. En 1974 recibió el grado de doctora en Zoología por la Universidad de Cambridge. En 1983 publica Gorilas en la niebla, libro que expone sus observaciones y su relación con los gorilas en todos sus años de estudios de campo. En sus 22 años de estudio con los gorilas, Fossey enfrentó y combatió la actividad de los cazadores furtivos que estaban llevando la especie de los gorilas de la montaña a la extinción. Esta lucha le creó muchos enemigos, y se sospecha que fue el motivo de su asesinato en 1985. Su muerte, a machetazos, fue atribuida al jefe de los cazadores furtivos de gorilas contra los que luchó. En un principio se señaló a los furtivos, pero posteriormente fue acusado Wyne McGuire, un joven estudiante que se encontraba bajo la asesoría de Fossey y al que se le acusó de ‘celos profesionales’. McGuire huyó a Estados Unidos poco antes de que un Tribunal ruandés le acusase del crimen y le condenase a morir fusilado en cuanto pisara territorio de Ruanda. Hoy en día, sin embargo, la teoría más extendida es la del asesinato a manos de los furtivos con el apoyo de las autoridades ruandesas. Su trabajo contribuyó en gran parte a la recuperación de la población de gorilas y a la desmitificación de su comportamiento violento. Fossey fue encontrada asesinada en el dormitorio de su cabaña en las montañas de Virunga, Ruanda, el 26 de diciembre de 1985. La última entrada en su diario decía: Cuando te das cuenta del valor de la vida, uno se preocupa menos por discutir sobre el pasado, y se concentra más en la conservación para el futuro. El Cráneo de Fossey había sido dividido por una panga (machete), una herramienta ampliamente utilizada por los cazadores furtivos, que había confiscado a un cazador furtivo en años anteriores y colgado como decoración en la pared de su sala de estar junto a su dormitorio. Fossey fue encontrada muerta junto a su cama, con su pistola a su lado. Ella estaba en el acto de cargar su arma, pero escogió el tipo incorrecto de municiones durante la lucha. La cabaña mostró signos de una lucha porque había vidrios rotos en el suelo y las mesas, junto con otros muebles volcados. Todos los objetos de valor de Fossey todavía estaban en la cabaña - miles de dólares en efectivo, cheques de viaje, y equipo fotográfico permanecían intactos. Ella estaba a 2 metros (7 pies) de distancia de un agujero cortado en la pared de la cabaña en el día de su asesinato. Fossey fue enterrada en Karisoke, en un sitio que ella misma había construido para sus amigos gorilas muertos. Fue enterrada en el cementerio de gorilas cerca de Digit y cerca de muchos gorilas asesinados por los cazadores furtivos. Los servicios conmemorativos se llevaron a cabo también en Nueva York, Washington y California. El testamento de Fossey establecía que todo su dinero (incluidas las ganancias de la película de Gorilas en la niebla) debería ser destinado a la Fundación Digit para financiar las patrullas contra la caza furtiva. Sin embargo su madre, Kitty Price, impugnó el testamento y ganó. En 1988 la vida y obra de Fossey fue retratada en la película Gorilas en la niebla (Gorillas in the Mist), dirigida por Michael Apted y protagonizada por Sigourney Weaver. Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Dian_Fossey

martes, 3 de diciembre de 2013

Carlos Juan Finlay

Carlos Juan Finlay y Barrés. Carlos Juan Finlay y Barrés (Camagüey, Capitanía General de Cuba, España, 3 de diciembre de 1833 – La Habana, Cuba, 19 de agosto de 1915) fue un médico y eminente científico cubano. Descubrió y describió la importancia del vector biológico a través de la teoría metaxénica de la transmisión de enfermedades por agentes biológicos, aplicándola a la fiebre amarilla transmitida por el mosquito Aedes aegypti. Índice 1 Primeros años 2 Estudios profesionales 3 La fiebre amarilla 4 Los años de reconocimiento internacional 5 El istmo y el Canal de Panamá 6 Día del Médico 7 Premio de Microbiología Carlos J. Finlay Primeros años Sus años infantiles los vivió tanto en La Habana como en el cafetal de su padre en la zona de Alquízar. A la edad de once años, en 1844, lo enviaron a estudiar a Le Havre, en Francia, y regresó a Cuba dos años más tarde, debido a una enfermedad. Retornó a Francia en 1848 para completar su educación. Después de un período en Londres ingresó en el Liceo de Ruan, donde permaneció hasta 1851, cuando regresó a Cuba, convaleciente de un ataque de fiebre tifoidea. Estudios profesionales No le fue posible ingresar a la Universidad de La Habana, y pasó entonces a Filadelfia para cursar la carrera de medicina en el Jefferson Medical College, donde se doctoró el 10 de marzo de 1855. En 1857 revalidó su título en la Universidad de La Habana. Recién graduado, se trasladó en 1856 con su padre a Lima, donde probó fortuna por un corto tiempo. En 1860–1861 estuvo en París. En 1864 quiso establecerse en Matanzas, sin éxito. El 16 de octubre de 1865 se casó en La Habana con Adela Shine, natural de la isla de Trinidad. La fiebre amarilla El doctor Finlay fue el más profundo, talentoso e intenso investigador de la fiebre amarilla, y por sus análisis y estudios llegó a la conclusión de que la transmisión de la enfermedad se realizaba por un agente intermediario. Existe una anécdota que dice que, estando una noche rezando el rosario, le llamó la atención un mosquito zumbando a su alrededor. Entonces fue cuando decidió investigar a los mosquitos. Con los medios aportados por la comisión mixta hispano-estadounidense, fue capaz de identificar al mosquito Culex o Aedes aegypti como el agente transmisor de la enfermedad. Sus estudios lo llevaron a entender que era la hembra fecundada de esta especie la que transmitía la fiebre amarilla. En 1881 fue a Washington, D.C. como representante del gobierno colonial ante la Conferencia Sanitaria Internacional, donde presentó por primera vez su teoría de la transmisión de la fiebre amarilla por un agente intermediario, el mosquito. Su hipótesis fue recibida con frialdad y casi total escepticismo. Solo fue divulgada por una modesta revista médica de Nueva Orleans a través del doctor Rudolph Matas, recién graduado en medicina, quien había participado en la comisión mixta hispano-norteamericana en calidad de intérprete, por ser hijo de españoles. De regreso a Cuba, en junio de 1881, realizó experimentos con voluntarios y no solo comprobó su hipótesis, sino que descubrió también que el individuo picado una vez por un mosquito infectado, quedaba inmunizado contra futuros ataques de la enfermedad. De ahí nació el suero contra la fiebre amarilla. En agosto de ese mismo año presentó ante la Academia de Ciencias Médicas de La Habana su trabajo de investigación. Los años de reconocimiento internacional No obstante ello, por más de 20 años los postulados del Dr. Finlay fueron ignorados. Solamente después de terminada la Guerra Hispano-Estadounidense, cuando el general Leonard Wood, gobernador de Cuba, pidió que se probara la teoría de Finlay, se volvieron a revisar sus trabajos de investigación, así como los exitosos experimentos que había realizado durante todos estos años. Mientras tanto, el doctor William Crawford Gorgas, médico militar que había tratado, sin conseguirlo, de erradicar la fiebre amarilla en Santiago de Cuba, fue nombrado Jefe Superior de Sanidad en La Habana en diciembre de 1898. A iniciativa de Finlay creó una Comisión Cubana de la Fiebre Amarilla que, siguiendo las indicaciones del médico cubano, combatió al mosquito y aisló a los enfermos. En sólo siete meses había desaparecido la terrible enfermedad de Cuba. El istmo y el Canal de Panamá El doctor Gorgas fue finalmente enviado a sanear el Istmo de Panamá a fin de poder completar la construcción del canal; allí aplicó los mismos principios indicados por el doctor Finlay, lo cual permitió terminar esta gran obra de ingeniería. Una placa en el propio Canal de Panamá reconoce la contribución del doctor Carlos J. Finlay en el éxito de esta magna obra. El 15 de agosto de 1914 pasó el primer barco del Océano Atlántico al Océano Pacífico a través del canal. Día del Médico En memoria del doctor Finlay, el 3 de diciembre fue instituido como Día del Médico en varios países de América. Premio de Microbiología Carlos J. Finlay También en su honor, el gobierno de Cuba creó, y la UNESCO entrega cada dos años, el Premio de Microbiología Carlos J. Finlay a investigadores cuya labor en temas relacionados con la microbiología (inmunología, biología molecular, genética y otras) hayan contribuido de manera destacada a la salud. Su objetivo es promover la investigación y los avances en la microbiología. Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Juan_Finlay

domingo, 17 de noviembre de 2013

Cumpleaños en Manhatan

Todos caminan yo también camino es lunes y venimos con la saliva amarga mejor dicho son ellos los que vienen a la sombra de no sé cuántos pisos millones de mandíbulas que mastican su goma sin embargo son gente de este mundo con todo un corazón bajo el chaleco hace treinta y nueve años yo no estaba tan solo y tan rodeado ni podía mirar a las queridas de los innumerables ex-sargentos de ex-sargentísimo Batista que hoy sacan a mear sus perros de abolengo en las esquinas de la democracia hace treinta y nueve años allá abajo más debajo de lo que hoy se conoce como Fidel Castro o como Brasilia abrí los ojos y cantaba un gallo tiene que haber cantado necesito un gallo que le cante al Empire State Building con toda su pasión y la esperanza de parecer iguales o de serlo todos caminan yo también camino a veces me detengo ellos no no podrían respiro y me siento respirar eso es bueno tengo sed y me cuesta diez centavos de dólar otro jugo de fruta con gusto a Guatemala este cumpleaños no es mi verdadero porque este alrededor no es mi verdadero los cumpliré más tarde en febrero o en marzo con los ojos que siempre me miraron las palabras que siempre me dijeron con un cielo de ayer sobre mis hombros y el corazón deshilachado y terco los cumpliré más tarde o no los cumplo pero éste no es mi verdadero todos caminan yo también camino y cada dos zancadas poderosas doy un modesto paso melancólico entonces los becarios colombianos y los taximetristas andaluces y los napolitanos que venden pizza y cantan y el mexicano que aprendió a mascar chicles y el brasileño de insolente fotómetro y la chilena con su amante gringo y los puertorriqueños que pasean su belicosos miedo colectivo miran y reconocen mi renguera y ellos también se aflojan un momento y dan un solo paso melancólico como los autos de la misma marca que se hacen una seña con las luces nunca estuvo tan lejos ese cielo nunca estuvo tan lejos y tan chico un triángulo isósceles nublado que ni siquiera es una nube entera tengo unas ganas cursis dolorosas de ver algo de mar de sentir como llueve en Andes y Colonia de oír a mi mujer diciendo cualquier cosa de escuchar las bocinas y de putear con eco de conseguir un tango un pedazo de tango tocado por cualquiera que no sea Kostelanetz pero también es bueno sentir alguna vez un poco de ternura hacia este chorro enorme poderoso indefenso de humanidad dócilmente apurada con la cruz del confort sobre su frente un poco de imprevista ternura sin raíces digamos por ejemplo hacia una madre equis que ayer en el zoológico de Central Park le decía a su niño con preciosa nostalgia look Johnny this is a cow porque claro no hay vacas entre los rascacielos y otro poco de fe que es mi único folklore para agitar como un pañuelo blanco cuando pasen o simplemente canten las tres clases de seres más vivos de este Norte quiero decir los negros las negras los negritos todos caminan pero yo me he sentado un yanqui de doce años me lustra los zapatos él no sabe que hoy es mi cumpleaños ni siquiera que no es mi verdadero por mi costado pasan todos ellos aaso yo podría ser un dios provisorio que contemplara inerme su rebaño o podría ser un héroe más provisorio aún y disfrutar mis trece minutos estatuarios pero todo está claro y es más dulce más útil sobre todo más dulce reconocer que el tiempo está pasando que está pasando el tiempo y hace ruido y sentirse de una vez para siempre olvidado y tranquilo como un cero a la izquierda. Mario Benedetti Nueva York, 14 de setiembre de 1959 Fuente: http://www.literatura.us/benedetti/hoy.html

sábado, 29 de diciembre de 2012

El sur, cuento de Jorge Luis Borges.





El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció.
Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida. Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada estaba despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz. La fiebre lo gastó y las ilustraciones de Las Mil y Una Noches sirvieron para decorar pasadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días pasaron, como ocho siglos. Una tarde, el médico habitual se presentó con un médico nuevo y lo condujeron a un sanatorio de la calle Ecuador, porque era indispensable sacarle una radiografía. Dahlmann, en el coche de plaza que los llevó, pensó que en una habitación que no fuera la suya podría, al fin, dormir. Se sintió feliz y conversador; en cuanto llegó, lo desvistieron; le raparon la cabeza, lo sujetaron con metales a una camilla, lo iluminaron hasta la ceguera y el vértigo, lo auscultaron y un hombre enmascarado le clavó una aguja en el brazo. Se despertó con náuseas, vendado, en una celda que tenía algo de pozo y, en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno. El hielo no dejaba en su boca el menor rastro de frescura. En esos días, Dahlmann minuciosamente se odió; odió su identidad, sus necesidades corporales, su humillación, la barba que le erizaba la cara. Sufrió con estoicismo las curaciones, que eran muy dolorosas, pero cuando el cirujano le dijo que había estado a punto de morir de una septicemia, Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino. Las miserias físicas y la incesante previsión de las malas noches no le habían dejado pensar en algo tan abstracto como la muerte. Otro día, el cirujano le dijo que estaba reponiéndose y que, muy pronto, podría ir a convalecer a la estancia. Increíblemente, el día prometido llegó.
A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución. La primera frescura del otoño, después de la opresión del verano, era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre. La ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido ese aire de casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes, las plazas como patios. Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de vértigo; unos segundos antes de que las registraran sus ojos, recordaba las esquinas, las carteleras, las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz amarilla del nuevo día, todas las cosas regresaban a él.
Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme. Desde el coche buscaba entre la nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador, el arco de 1a puerta, el zaguán, el íntimo patio.
En el hall de la estación advirtió que faltaban treinta minutos. Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.
A lo largo del penúltimo andén el tren esperaba. Dahlmann recorrió los vagones y dio con uno casi vacío. Acomodó en la red la valija; cuando los coches arrancaron, la abrió y sacó, tras alguna vacilación, el primer tomo de Las Mil y Una Noches. Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.
A los lados del tren, la ciudad se desgarraba en suburbios; esta visión y luego la de jardines y quintas demoraron el principio de la lectura. La verdad es que Dahlmann leyó poco; la montaña de piedra imán y el genio que ha jurado matar a su bienhechor eran, quién lo niega, maravillosos, pero no mucho más que la mañana y que el hecho de ser. La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir.
El almuerzo (con el caldo servido en boles de metal reluciente, como en los ya remotos veraneos de la niñez) fue otro goce tranquilo y agradecido.
Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres. Vio casas de ladrillo sin revocar, esquinadas y largas, infinitamente mirando pasar los trenes; vio jinetes en los terrosos caminos; vio zanjas y lagunas y hacienda; vio largas nubes luminosas que parecían de mármol, y todas estas cosas eran casuales, como sueños de la llanura. También creyó reconocer árboles y sembrados que no hubiera podido nombrar, porque su directo conocimiento de la campaña era harto inferior a su conocimiento nostálgico y literario.
Alguna vez durmió y en sus sueños estaba el ímpetu del tren. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer y no tardaría en ser rojo. También el coche era distinto; no era el que fue en Constitución, al dejar el andén: la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado. Afuera la móvil sombra del vagón se alargaba hacia el horizonte. No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos. Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur. De esa conjetura fantástica lo distrajo el inspector, que al ver su boleto, le advirtió que el tren no lo dejaría en la estación de siempre sino en otra, un poco anterior y apenas conocida por Dahlmann. (El hombre añadió una explicación que Dahlmann no trató de entender ni siquiera de oír, porque el mecanismo de los hechos no le importaba).
El tren laboriosamente se detuvo, casi en medio del campo. Del otro lado de las vías quedaba la estación, que era poco más que un andén con un cobertizo. Ningún vehículo tenían, pero el jefe opinó que tal vez pudiera conseguir uno en un comercio que le indicó a unas diez, doce, cuadras.
Dahlmann aceptó la caminata como una pequeña aventura. Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche. Menos para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann caminaba despacio, aspirando con grave felicidad el olor del trébol.
El almacén, alguna vez, había sido punzó, pero los años habían mitigado para su bien ese color violento. Algo en su pobre arquitectura le recordó un grabado en acero, acaso de una vieja edición de Pablo y Virginia. Atados al palenque había unos caballos. Dahlmam, adentro, creyó reconocer al patrón; luego comprendió que lo había engañado su parecido con uno de los empleados del sanatorio. El hombre, oído el caso, dijo que le haría atar la jardinera; para agregar otro hecho a aquel día y para llenar ese tiempo, Dahlmann resolvió comer en el almacén.
En una mesa comían y bebían ruidosamente unos muchachones, en los que Dahlmann, al principio, no se fijó. En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba, inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del tiempo, en una eternidad. Dahlmann registró con satisfacción la vincha, el poncho de bayeta, el largo chiripá y la bota de potro y se dijo, rememorando inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos, que gauchos de ésos ya no quedan más que en el Sur.
Dahlmann se acomodó junto a la ventana. La oscuridad fue quedándose con el campo, pero su olor y sus rumores aún le llegaban entre los barrotes de hierro. El patrón le trajo sardinas y después carne asada; Dahlmann las empujó con unos vasos de vino tinto. Ocioso, paladeaba el áspero sabor y dejaba errar la mirada por el local, ya un poco soñolienta. La lámpara de kerosén pendía de uno de los tirantes; los parroquianos de la otra mesa eran tres: dos parecían peones de chacra: otro, de rasgos achinados y torpes, bebía con el chambergo puesto. Dahlmann, de pronto, sintió un leve roce en la cara. Junto al vaso ordinario de vidrio turbio, sobre una de las rayas del mantel, había una bolita de miga. Eso era todo, pero alguien se la había tirado.
Los de la otra mesa parecían ajenos a él. Dalhman, perplejo, decidió que nada había ocurrido y abrió el volumen de Las Mil y Una Noches, como para tapar la realidad. Otra bolita lo alcanzó a los pocos minutos, y esta vez los peones se rieron. Dahlmann se dijo que no estaba asustado, pero que sería un disparate que él, un convaleciente, se dejara arrastrar por desconocidos a una pelea confusa. Resolvió salir; ya estaba de pie cuando el patrón se le acercó y lo exhortó con voz alarmada:
-Señor Dahlmann, no les haga caso a esos mozos, que están medio alegres.
Dahlmann no se extrañó de que el otro, ahora, lo conociera, pero sintió que estas palabras conciliadoras agravaban, de hecho, la situación. Antes, la provocación de los peones era a una cara accidental, casi a nadie; ahora iba contra él y contra su nombre y lo sabrían los vecinos. Dahlmann hizo a un lado al patrón, se enfrentó con los peones y les preguntó qué andaban buscando.
El compadrito de la cara achinada se paró, tambaleándose. A un paso de Juan Dahlmann, lo injurió a gritos, como si estuviera muy lejos. Jugaba a exagerar su borrachera y esa exageración era otra ferocidad y una burla. Entre malas palabras y obscenidades, tiró al aire un largo cuchillo, lo siguió con los ojos, lo barajó e invitó a Dahlmann a pelear. El patrón objetó con trémula voz que Dahlmann estaba desarmado. En ese punto, algo imprevisible ocurrió.
Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran. Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro. No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas, pensó.
-Vamos saliendo- dijo el otro.
Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.
Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.

Fuente: http://www.apocatastasis.com/borges-el-sur-dahlmann-cuento.php#axzz2GRZVk77J